IÑIGO MANEIRO
Su ubicación es estratégica, entre dos amplios valles, el de Casma,
donde se encuentra Sechín y, muy cerca, Chanquillo, el observatorio
astronómico más antiguo de América, y el valle de Nepeña, en el que se
localizan los sitios arqueológicos de Punkuri y Pañamarca.
Está a unos 35 kilómetros antes de llegar a Chimbote.
Por lo tanto, puede ser una buena parada para comer un cebiche de
pescado recién extraído en nuestro viaje hacia el norte, o un destino
donde quedarse, utilizándolo como campamento base para recorrer esos
lugares ricos en arqueología, playas salvajes y actividades acuáticas
que tiene. O simplemente para sentarse y contemplar el mar.
Tras ser recibidos por un gigantesco quelonio de cemento, se llega,
desde la Panamericana, después de recorrer unos tres kilómetros de
carretera asfaltada, una larga línea recta que termina en la mitad de la
bahía de Tortugas. Este punto final también es el lugar donde se
concentran la mayor parte de los restaurantes y hospedajes que posee el
balneario. Hacia la derecha se llega al puerto de pescadores y las casas
residenciales, como las que también encontramos a lo largo de toda su
parte izquierda. Esta bahía parece que fue creada por un capricho del
mar. Después de viajar por una costa casi desértica y bella, la
ancashina, con arenales, dunas y viento, y ver el mar fuerte, abierto y
picado, Tortugas es el lugar elegido por el océano para su descanso.
La bahía transmite la sensación de que el tiempo no pasa nunca. Hay
algo estático, como ese mar, que siempre está tranquilo. Rara vez te
encuentras con mucha gente y sus casas se mantienen igual que siempre,
si Tortugas crece urbanísticamente, no se nota tanto. Sus familias
clásicas, los Aller, Zapler, Gamarra o Nicolini van y no van, aunque
saben que ahí tienen su refugio. Un refugio para desconectarse del
mundo, para bucear entre peñascos y playas, para mirar ese mar en paz, o
para recorrer la bahía y sus infinitos rincones en kayak. Al final,
esta playa, desde inicios del siglo pasado en que se convirtió en el
destino preferido de Áncash, está más allá de todas las modas.
La bahía está limitada, al norte y al sur, por enormes cerros, en los que puedes hacer sandboard,
bicicleta de montaña o recorrer sus laderas en camioneta. Saliendo de
la bahía, también en ambas direcciones, se encuentran playas caletas a
las que solo se accede en bote. Su mar es rico y una de las mayores
empresas acuícolas de conchas en el mundo, tiene su planta en una de
esas playas, Guaynuma. También hay islas, como Tortugas, que es la que
da el nombre a la bahía, y en la que viven lobos, pingüinos y nutrias.
Por todo ello, este lugar siempre ha congregado, desde hace más de tres
mil años, a pescadores y recolectores, cuyos campamentos de piedra se
pueden ver en varios puntos del litoral, y ahora a limeños, chimbotanos,
trujillanos y huaracinos.
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